viernes, 4 de octubre de 2013

No te aferres a nada pues no puedes cambiar el corazón de nadie, solo Dios

Índice de REFLEXIONESA veces hacemos daño a quienes amamos y luego no sabemos como recoger lo dicho o lo hecho. Una frustración inmensa y una impotencia movida por orgullo no puede ser el motor que arregle o restaure algo que nosotros mismos dañamos. Y en el trasegar de nuestra vida hemos dejado esas puertas abiertas, esas heridas curadas al aire. Luego te preguntas, ¿porque se daño esa amistad? o ¿que fue lo que hice...?.
Sin embargo si alcanzas a recordar lo que, a te hirió aunque hayan pasado años.

Se necesita humildad. Humildad para reconocer que fallamos, que gritamos, que nos ofuscamos, que insultamos y que además herimos profundamente con palabras que dichas en un momento y un lugar justo no hubiesen desgarrado el alma. Se necesita pedir perdón. Si no a aquella persona que heriste porque no esta preparada para escucharte, entonces a Dios para que la sane.

Despojemonos de emociones dañinas que dividen y generan contienda. Hay instantes en que es prudente bajar la cabeza y perdir perdón. Dejar saldadas las deudas morales.

Con una sonrrisa, con un gesto, con una palabra se puede evitar una separación, una perdida, una bendición que se resbale en nuestros dedos.

Si el ofendido eres tu, entrega la totalidad de tu enojo a Dios, el se encargará y tu estarás bien. Llora y descargate de rodillas frente a Dios y libera de ti la amargura para que no envenene tu alma y aleje la bendición que ya es tuya.

No te aferres a nada pues no puedes cambiar el corazón de nadie, solo Dios podrá así como lo hizó contigo. Dios puede cambiar las situaciones pero tienes que darle tus cargas.

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